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La necesidad urgente de reducir los plásticos ha revivido el caso para el acceso al agua potable pública.
Con toda esta tendencia comienza otra barrera que ha sido siempre familiar: la higiene. Además, también las fuentes públicas de agua sufren un problema de imagen.
Cada minuto se compran un millón de botellas de plástico en todo el mundo. Conocemos el destino de tantas de éstas: terminan en una relación simbiótica con el agua, flotando en el mar. No obstante, la solución sería muy simple: bebederos de agua potable públicos. No es una innovación. En el siglo XIX, las ciudades lograron proporcionar agua potable en las calles, pero hoy ese simple gesto público ha sido abandonado en favor de este ciclo insano de consumo y de desperdicio involucrado en el procesamiento, transporte y desecho de miles de millones de botellas. (Lea: ‘La sostenibilidad blinda de todo tipo de riesgos’)
El alcalde de Londres, Sadiq Khan, prometió reintroducir bebederos de agua potable en la ciudad que fue pionera de las fuentes de beber en 1859. Las ambiciones parecen modestas con un plan para instalar sólo 20 fuentes de beber en una ciudad de más de 8 millones. Pero es un comienzo. Un bebedero de agua potable es, a su manera, un símbolo de una ciudad civilizada, un generoso gesto público que hace que la metrópolis sea habitable. Y no es nada nuevo. Es una amalgama de otros dos arquetipos urbanos: la fuente decorativa y la bomba de agua. Las fuentes decorativas eran una instalación monumental, probablemente esculpidas con figuras, rocas y veneras para honrar a un patrón rico; las bombas de agua, un soporte vertical utilitario con un mango. (Lea: ‘La sostenibilidad ambiental también es rentable’: Palatino) Los romanos (por supuesto) tenían un sinfín de bebederos públicos. Increíblemente, algunos aún funcionan. Éstos pueden ser la cabeza de un león o de Neptuno o una cara del sol que emite agua por la boca, generalmente con un sarcófago o abrevadero en forma de bañera debajo del cual los animales pueden beber. Las fuentes, al menos después de los romanos, eran ornamentales, no para beber y el problema con las bombas era que el agua no era necesariamente limpia. Uno de los grandes avances científicos se produjo cuando el médico John Snow intentó demostrar su noción de que las muertes por cólera no eran causadas por el aire sino por el agua contaminada. Hizo un seguimiento de las muertes en Soho e identificó una bomba de agua en particular en la calle Broad (ahora Broadwick) como la fuente del cólera. (Lea: Las tareas de lo ambiental) Cuando logró que quitaran la bomba, las muertes cayeron drásticamente. Su teoría de los gérmenes finalmente fue aceptada. Cinco años después de la notable visión del Dr. Snow, Londres instaló su primer bebedero de agua potable público. Para 1879 había casi 800 fuentes públicas de agua potable en Londres y, para entonces, otras grandes ciudades, incluyendo Nueva York, habían iniciado sus propios programas. En París, las fuentes de beber fueron introducidas por un inglés, un filántropo llamado Richard Wallace. Las fuentes, fundidas en hierro y pintadas de verde, alguna vez formaron parte del paisaje urbano como las columnas publicitarias de Colonne Morris. Con sus cuatro figuras femeninas finamente esculpidas que representan Amabilidad, Simplicidad, Caridad y Sobriedad (esculpidas por Charles-Auguste Lebourg) que sostienen un dosel abovedado, las fuentes se convirtieron en marcadores urbanos: visibles, democráticos y elegantes. Esa cuarta cariátide, la sobriedad, revela mucho sobre los motivos para la provisión de agua potable pública. Por supuesto, éstas fueron obras de generosidad, pero también fueron parte de un esfuerzo para reducir el consumo de alcohol entre las clases trabajadoras alentándolas a beber agua; y fueron genuinamente democráticas ya que los sin techo y los itinerantes eran bienvenidos. En el Reino Unido y Estados Unidos, su instalación fue respaldada por el poderoso movimiento de moderación, a menudo impulsado por las sociedades de mujeres. La fuente de Tompkins Square en Nueva York (circa 1888) todavía tiene la palabra ‘templanza’ inscrita en un lado. En Londres, muchas de las primeras fuentes de beber se ubicaron muy deliberadamente fuera de los bares. Siempre ha habido una agenda. Y la hay nuevamente hoy. Ahora no es alcohol sino plástico. La necesidad urgente de reducir esos millones de botellas ha revivificado la discusión sobre los bebederos de agua potable. Pero comienza con otro problema familiar: la higiene. Las fuentes públicas de agua sufren un problema de imagen. A pesar de los descubrimientos del Dr. Snow, el concepto de gérmenes todavía era poco conocido en el siglo XIX y principios del siglo XX. ¿Cómo deben beber los sedientos ciudadanos? Una de las imágenes más impactantes de una fuente de beber es la borrosa e inquietante fotografía de Elliott Erwitt, ‘Segregated Water Fountains’ (Fuentes de agua segregadas), tomada en Carolina del Norte en 1950. A la izquierda, una estilizada fuente de beber Deco etiquetada como ‘Blancos’; a la derecha, un lavabo básico que parece un urinario, designado como ‘De Color’. Esto era muy común la era de Jim Crow en EE. UU. Siempre ha existido el temor de compartir, ya sea debido al racismo sancionado por el Estado, el esnobismo sobre el ‘otro’ o a un poquito de misofobia. Los diseñadores han buscado formas de evitarlo. Si observas la fuente ‘blanca’ en la fotografía de Erwitt, verás un dispositivo, o una cubierta, que se suponía que protegiera el caño de las bocas que bebían de él. Nunca pareció suficientemente satisfactorio. Una solución más bien encantadora se puede ver en las fuentes de Roma conocidas como ‘nasone’ (narices grandes) que se instalaron desde la década de 1870 en adelante. Parecen gruesos bolardos de hierro fundido, tienen una boquilla doblada afuera, y el agua fluye permanentemente. Al colocar la mano sobre el pico, el agua sale por un orificio perforado en la parte superior de la tubería y llega directamente a la boca. La mayoría de las versiones que he visto en distintos aeropuertos, gimnasios y edificios públicos ahora tienen dos accesorios, un géiser y un grifo tubular delgado para rellenar botellas, que podría no ser lo suficientemente robusto como para utilizarse en la calle. Lo que nos lleva de vuelta a las nuevas fuentes de beber de Londres. En un día de primavera inusualmente cálido, fui a Borough Market, donde se han instalado algunas de las primeras fuentes. Hubo un flujo constante de personas que rellenaron botellas de plástico (toma mucho tiempo llenar una botella de 1,5l). Por lo tanto, funcionan y hay, claramente, demanda. ¿Pero están estas nuevas fuentes a la altura de este legado de la encarnación estética del bien público? La respuesta parece ser que ni siquiera se ha intentado. Son feos tubos soldados pintados de verde municipal. No proporcionan placer, sólo utilidad. Son útiles y ya era hora. Pero también parece una oportunidad perdida y un ejemplo de cómo la belleza, la artesanía o simplemente el diseño ya no se consideran una necesidad en el espacio público de la austeridad. Edwin Heathcote
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